Recuerden que el socialismo es imposible
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Artículo de Infobae - Opinión - Columnista
Por: Adrián Ravier
Si algo tienen en común los partidarios del socialismo y la economía pura de mercado es su crítica a las inconsistencias del capitalismo;intervenido. El intervencionismo que se viene aplicando, gobierno tras; gobierno, sólo suma parches que atienden a cuestiones “urgentes”, pero; nunca resuelven los problemas de fondo, las cuestiones “importantes”.Los socialistas, sin embargo, fallan en dos aspectos centrales:
primero, en diferenciar el sistema capitalista “puro” -como lo han entendido y defendido Adam Smith y Friedrich Hayek-, del sistema capitalista “intervenido” -con los parches propuestos por John Maynard Keynes y Paul Samuelson-;
segundo, en comprender que “el socialismo es imposible”, como han demostrado Ludwig von Mises en su artículo de 1920 y su libro 1922, y Friedrich Hayek en distintos documentos de los años 1930 y 1940, con un argumento que continúa sin respuesta, pero que muestra su validez en el fracaso de las distintas formas de socialismo en toda Europa, y ya casi podemos decir en todo el mundo.
En este artículo sólo podré concentrarme en este último punto, el
que ha sido tratado ampliamente en un libro del catedrático español Jesús Huerta de Soto titulado “Socialismo, cálculo económico y función empresarial”.
El libro cuenta con más de 400 páginas, pero el lector puede acceder a
una reseña que personalmente escribí sobre este debate, y que fuera
publicado en la revista Cuadernos de Economía (Vol. 30, Nº 54), de la Universidad Nacional de Colombia. El argumento básico explica que en un mundo de incertidumbre y conocimiento disperso, la propiedad privada
es necesaria para dar lugar a los precios, pues sólo ellos pueden
permitir a los empresarios advertir de ganancias y pérdidas en sus
proyectos de inversión, y con ello asignar con relativa eficiencia los
recursos escasos. Más en limpio, si no tenemos propiedad privada de los
medios de producción, no tenemos mercados para esos medios de
producción. Sin mercados para esos bienes de producción, no habrá
precios. Sin precios, los empresarios no pueden advertir si sus
proyectos de inversión son rentables.
Si algo funciona -aún en el capitalismo intervenido- es precisamente ese proceso de prueba y error, en donde los empresarios van probando distintas inversiones, y sólo cuando son rentables, los proyectos se mantienen.
Ganancias y pérdidas contables representan una información en el
mercado acerca de si estamos asignando bien o mal los recursos. Y vale
recordar que esos resultados son consistentes con la soberanía del
consumidor, donde gana el que sabe satisfacer las necesidades
del consumidor, y pierde el que no logra la demanda de sus
consumidores. El socialismo propone terminar con la propiedad privada,
terminar con estas señales de mercado, terminar con la función
empresarial y reemplazar todo ello por la propiedad pública de los medios de producción.
Aquí se abren un abanico de opciones, pero nunca ha quedado claro qué
es lo que en definitiva proponen los socialistas. Y el problema es que el propio Marx careció de una propuesta concreta de cómo funcionaría el socialismo.
De un lado, se propone que el gobierno administre públicamente esos medios de producción, como de hecho ocurrió en Alemania Oriental, en Rusia o actualmente es en Cuba. Aquí los problemas son al menos dos. Primero, como señaló el Premio Nobel en Economía James M. Buchanan –recientemente
fallecido- el gobierno puede no tener los mejores incentivos para
administrar “solidariamente” estos recursos. Si asumimos que los
individuos siempre persiguen su propio beneficio, ¿por qué vamos a suponer que las personas que lleguen al poder van a tender a interesarse por el “bien común”? Buchanan
insistía en que lo más probable es que estas personas tiendan siempre a
alejarse de ese “bien común” y persigan más bien su propio beneficio y
de aquellos a quienes representan, o que han financiado sus campañas
electorales. Cuando uno mira la Argentina, ¡cuánta razón tenía!
El segundo problema fue mencionado por otro premio Nobel en Economía, en este caso, Friedrich Hayek.
Si aceptamos que el problema económico consiste en advertir cuáles son
los bienes y servicios que deben producirse, en qué cantidad y calidad y
de qué manera distribuirlos, debemos comprender que ese “conocimiento”
no es dado a nadie en particular. Los bienes y servicios que necesitamos
producir son los que la gente quiere. Y ese conocimiento está disperso
en la sociedad, en las preferencias individuales de cada sujeto, en la
forma de bits de información que cada uno tiene en su propia mente. ¡Es
información no revelada! Salvo que permitamos que la gente demande y
comunique esa información a los empresarios a través de los
precios, precisamente.
Los socialistas del siglo XXI han dado un paso atrás. Ahora se hacen llamar “socialistas de mercado”,
y afortunadamente han dejado de sugerir la propiedad pública de los
medios de producción. En realidad se han dado cuenta de que nada es
mejor que permitir que la producción de bienes y servicios la lleve
adelante el mercado, lo que se traduce en alimentos, ropa y todo tipo de
bienes y servicios en calidad y bajos precios, lo que es resultado
precisamente del proceso competitivo.
La discusión ahora se resume al rol del Estado. El “socialista de mercado” o aquellos que buscan un mayor “Estado de bienestar”
piden un Estado que, paradójicamente, “intervenga”, que ofrezca
“bienes públicos”, que evite o minimice “externalidades negativas” y
subsidie las “externalidades positivas”. Que aplique “políticas antimonopólicas” y “redistribuya los ingresos” de manera conveniente. Lo que no han advertido aún es que ese Estado al repartir la torta se queda con una porción enorme de la renta para beneficio propio,
lo que impide la reinversión de quienes la generan -creando
potenciales puestos de trabajo- y dejando a las clases más
desfavorecidas sin salida.
Dirán algunos pocos socialistas que este “socialismo de mercado” no
es socialismo. Yo estoy de acuerdo. Dirán otros socialistas que
la propuesta ideal tampoco es la propiedad pública de los medios
de producción, sino la propiedad “comunal” de los medios de producción. En este caso se trataría de pequeñas comunidades de personas que manejarían las “empresas”,
y nótese que estas comillas no son arbitrarias. En tal caso las
preguntas sin respuesta son cuantiosas. ¿Cómo se distribuyen los
ingresos de esta empresa? Se dirá, quizás, que se lo hará
igualitariamente, según las horas trabajadas. ¿Ganará lo mismo un
ingeniero que un obrero? ¿Qué incentivo tendrá el ingeniero para
capacitarse si finamente sus ingresos serán iguales? ¿Qué incentivo
tendrá un obrero para trabajar eficientemente si los otros obreros no lo
hacen? “Conocimiento” e “incentivos” son los dos grandes problemas del socialismo. Dejemos el socialismo para otro mundo. ¡Y por favor, dejemos de destinar tinta a un debate acabado!
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