Breve historia de una revolución que no fue
Clarín 22/02/15 por Marcelo Cantelm
El chavismo, como fenómeno político, nace bastante después del fallido
intento de golpe que emprendió el luego célebre ex comandante de
paracaidistas contra el gobierno del socialdemócrata Carlos Andrés
Pérez, en febrero de 1992. Su punto de partida real fue en 1994 cuando
el entonces presidente Rafael Caldera decidió sacar a Hugo Chávez de la
cárcel donde purgaba una condena por sedición y abrirle el camino al
poder para canalizar las furias en un país económicamente agotado y que
confrontaba una pobreza de 80%.
Ese desastre era resultado de 40 años de
corrupción y complicidades entre los dos partidos tradicionales,
socialdemócratas y demócrata cristianos, AD y Copei, que por su codicia e
ineptitud hicieron un páramo de la legendaria Venezuela Saudí.
En
aquellas épocas el caudillo bolivariano no eran tan radical como lo
sería luego, criticaba a Cuba y poco después de llegar al poder por
primera vez en febrero de 1999, le comentó a Clarín que era un fuerte
defensor de la iniciativa privada. Uno de sus mayores éxitos fue que
logró controlar la crisis social, pese a que arrancó con un precio del
crudo que rozaba los 16 dólares. Como le comentó a este diario el
periodista Teodoro Petcoff, un duro crítico del régimen, la habilidad
del caudillo fue colocar a la pobreza en el centro de la mesa.
“Fue la
primera vez que los pobres aparecieron en el discurso del gobierno. Y
eso fue central para conquistar a las masa. Se demostraba que no solo de
pan vive el hombre”. Pero Chávez no tuvo la misma capacidad para
reproducir la riqueza de su país.
Al igual que quienes lo precedieron,
eludió la diversificación y concentró al petróleo como la única fuente
de ingresos de Venezuela. Así, con el ague del precio del crudo la
década pasada, el país creció pero no se desarrolló. El régimen utilizó
esa billetera para fondear su relato revolucionario e imponer una masiva
nacionalización de más de un millar de empresas desde el acero hasta la
única fábrica de vasos de vidrio del país, de capitales
norteamericanos.
Pero como la gestión estatal no era eficiente, muchos
de esos insumos debieron comenzar a ser importados. Para contener las
críticas captó la justicia y censuró los medios.
Presionado por la caída
de la inversión extranjera, el gobierno multiplicó el gasto estatal
disparando la inflación y convirtió a la empresa petrolera en la
chequera del modelo sin repotenciaría. Un cepo persistente acabó
generando un desabastecimiento de alimentos y productos esenciales que
se ha venido profundizando hasta estos días.
Venezuela quedó así
encerrada en una nueva crisis volviendo al punto de partida y que mostró
su peor rostro cuando el auge de la plata dulce de los commodities
comenzó a apagarse. Chávez murió en 2013 y le dejó ese legado explosivo a
su sucesor a quien eligió a dedo en sus últimos días.
Nicolás Maduro es
ahora el piloto de una revolución que no es, y que apenas sobrevive
acorralada por la bancarrota.